Muchas veces escucho decir a los adolescentes frases del estilo de “este/a tío/a es mazo bipolar… o incluso autoreferenciales, “creo que yo soy bipolar”, haciendo referencia a los bruscos cambios que se producen a lo largo de un mismo día o en pequeños periodos de tiempo en su estado de ánimo o en su equilibrio emocional y la forma de relacionarse con los demás.
No se están refiriendo al trastorno bipolar tal y como lo presenta el DSM-V, pero es algo que casi toso el mundo en la sociedad tiene en su cabeza como puede llegar a ser alguien con este tipo de trastorno, sin embargo mucha menos gente se hace a la idea de un trastorno que es muy poco mencionado fuera del ámbito clínico o psicológico, pero que sin embargo es mucho más frecuente de lo que el lenguaje popular contempla, me estoy refiriendo al trastorno límite de la personalidad o TLP.
El término límite parece que indica un nivel de gravedad y no una descripción. Más que límite se podría hablar de ambivalente, inestable, impulsivo, incluso quijotesco… pero la acepción límite es la que la psiquiatría y la psicología han elegido.
La principal característica de esta personalidad es la intensidad y la variabilidad de los estados de ánimo. Los límites tienden a experimentar largos periodos de abatimiento y desilusión, interrumpidos ocasionalmente por breves episodios de irritabilidad, actos autodestructivos y cólera impulsiva. Estos estados de ánimo son imprevisibles y parecen estar desencadenados menos por sucesos externos que por factores internos.
Desde los primeros médicos de la historia se han reconocido la coexistencia en una sola persona de emociones intensas y distintas como la euforia, la irritabilidad y la depresión.
Ya Hipócrates describía de forma muy vívida la ira impulsiva, la manía y la melancolía, señalando que estos hechizos eran oscilantes y que probablemente las personalidades estaban sujetas a ellos.
Aunque los pacientes límite presentan una gran variedad de síntomas clínicos, algunos elementos distintivos se mantienen constantes.
Manifiesta unos niveles de energía inusitados con arranques de impulsividad inesperados y súbitos. Se producen cambios repentinos y endógenos de sus impulsos y sus controles inhibitorios. Esto pone en peligro constantemente la activación y el equilibrio emocional, llegando a provocar comportamientos recurrentes de automutilación o suicidio.
Aunque necesita atención y afecto, es imprevisiblemente contrario, manipulador y voluble, suscitando con frecuencia el rechazo más que el apoyo. Reacciona de forma frenética al temor al abandono y la soledad, pero de forma iracunda y autolesiva.
Sus percepciones o pensamientos sobre lo que está ocurriendo cambian muy rápidamente, al igual que sus emociones contrarias y los pensamientos conflictivos sobre sí mismo y sobre los demás, pasando del amor a la ira y a la culpa. Provoca en los otros, reacciones vacilantes y contradictorias, debido a sus propios comportamientos, y crea a su vez un «feedback» social confuso y conflictivo.
Experimenta las confusiones propias de un sentido de la identidad inmaduro, nebuloso o cambiante, que suelen acompañarse de sentimientos de vacío. Busca redimir sus acciones precipitadas y cambiar sus autopresentaciones con expresiones de arrepentimiento y comportamientos autopunitivos.
Las representaciones internas que tienen han sido creadas de forma rudimentaria y extemporánea, y se componen de aprendizajes repetidamente abortados que dan lugar a recuerdos conflictivos, actitudes discordantes, necesidades contradictorias, emociones contrarias, impulsos descontrolados y estrategias inadecuadas para resolver los conflictos.
En situaciones de estrés, la persona con TLP retrocede hacia niveles de tolerancia de la ansiedad, control de los impulsos y adaptación social, que son muy primitivos desde el punto de vista del desarrollo. Entre los adolescentes se observa a partir de sus comportamientos inmaduros, cuando no infantiles, en el momento en que son incapaces de afrontar las exigencias y los conflictos de la vida adulta.
Las estructuras internas que existen en el TLP están divididas y tienen una configuración conflictiva, en la que falta consistencia y congruencia. Los niveles de conciencia suelen variar y provocan movimientos rápidos de un lado a otro de la frontera que separa las percepciones, los recuerdos y los afectos contrarios. Esto produce cismas periódicos en los que se tambalean el orden y la cohesión psíquicos, provocando periódicamente episodios psicóticos relacionados con el estrés.
La persona con TLP no consigue adaptar su estado de ánimo inestable a la realidad externa. Experimenta cambios acusados desde la normalidad a la depresión o la excitación, o pasa por periodos de abatimiento y apatía en los que se intercalan episodios de ira intensa e inapropiada y breves momentos de ansiedad y euforia.
Si todavía no os hacéis una idea clara de este tipo de trastorno, el maravilloso mundo audiovisual del cine nos facilita que pongamos carne y voz a esta personalidad. Hay unas cuantas películas relacionadas con personas con TLP. Os recomiendo dos en especial, con muchos matices diferentes en cada una de ellas:
Inocencia interrumpida, por la que ganó el Óscar a la mejor actriz de reparto Angelina Jolie, junto a una soberbia interpretación como protagonista de Wynona Ryder.
La española, La herida, galardonada con un Goya para una magistral Marian Álvarez, y otro para su novel y talentoso director, Fernando Franco.
Que disfrutéis de una buena salud mental y del buen cine a cerca de su ausencia.
En caso contrario, acudir a un psicólogo o desplazaros hasta un cine, aliviarán parte de vuestro malestar.
Mariano de Vena Salvador | Psicólogo Col. Nº M-23785